lunes, 4 de enero de 2010

Dias odiosos


Hay días que transcurren tan odiosamente mal, que ganas te dan de no haberte levantado de la cama y deberías haberte quedado todo el día en casa, frente a la tele, con el ordenador portátil sobre las rodillas y un vaso de café en la mesilla de al lado, esa que todos tenemos junto al sofá.
Anoche me discutí con Bella... Es cabezota. Cuando discutimos, no se escuchan voces, gritos, ni portazos, como en cualquier otra pelea entre miembros de una misma familia, sino todo lo contrario.
Un remanso de paz inunda toda la casa, no se oye ni el vuelo de una mosca, Bella desaparece de mi campo de visión y así nos podemos pasar 24 horas exactas. A mí, me gustaría hablar y arreglar el desaguisado y en diez minutos volver a ver su sonrisa, pero sé que ella no funciona así...
Me siento tan sola en ésta situación, tan sola...
Por otro lado, mi madre.
Ha pasado de mí durante toda mi infancia, adolescencia, y juventud. Le ha importado un pimiento que lo pasara mal cuando me llevó con ella y su marido a su casita de recién casados, donde me asignaron una habitación a la cual a las dos semanas se le rompió el cristal de la ventana a causa de una corriente de aire, y que no quisieron reparar en todos esos años que estuvimos allí. Era verano aún pude aguantarlo, coloqué un bonito póster gigante de un delfín saliendo del mar al anochecer, y así se quedó la ventana durante cinco largos años, con sus inviernos incluidos. Sin embargo, tenían dinero para gastarse en fiestas con sus amigos, en regalitos para familiares de él, en un montón de cosas de las que yo no podía participar ni tocar.
Tuvieron a mi hermano y todo fueron fiestas y alegría. Cuando llegaban los Reyes, a mi hermano le regalaban un sinfín de cosas, como a los sobrinos de su padre, sobre todo dinero en metálico en grandes cantidades... Yo también estaba presente y lo único que recibía eran un par de braguitas del bazar del Todo a 100, de esas de encaje y cuatro tallas más grandes, y un pijama también enorme dentro del cual cabían dos como yo...
Con los cumpleaños lo mismo. Mis cumpleaños eran tristes porque no recibía ninguno de los regalos que deseaba. Jamás me trajeron una bicicleta, ni un equipo de música, ni una tele para mi habitación, ni un ordenador... Ni siquiera ropa que me favoreciese, pues todo lo iba heredando de mi madre, pues yo ya estaba tan alta como ella.
Llevaba unas gafas horribles de plástico duro, color rosa, de esas que sólo puedes ver en las películas de los años 70, y las llevaba porque eran las más económicas del mercado. Encima de tener que llevar gafas, el complejo de todos los críos, llevar las más horrorosas.
En cambio, a mi hermano sí le compraron bici, no una, sino varias, siempre adecuan las compras al ritmo de su crecimiento. Sí tuvo una habitación fantástica, con una ventana con cristal, unas cortinas de soles y lunas, sí tuvo ropa, la más favorecedora que encontraban, sí tuvo televisor en su cuarto aunque nunca lo ponía, sí tuvo ordenador con Internet, sí tuvo equipo de música, sí tuvo...etc, etc, etc...
No quiero contar ahora lo que me hicieron pasar porque llenaría el blog en un momento, pero hay mucho material y lo voy a hacer, pero poquito a poco...
Esa cría de las horribles gafas color rosa de plástico se hizo mayor, las tiró a la basura y se compró unas lentillas con el primer sueldo que ganó como canguro.
Cuando me puse las lentillas, todo cambió a mi alrededor. Me miré al espejo y deshice mi melena de esa coleta que durante años me había acompañado, descubriendo así a una chica joven, muy joven, con un rostro dulce y unos preciosos y grandes ojos negros.
Lo reconozco: la gente por lo general, es, o somos, unos hipócritas:
en cuando me vieron las hasta entonces amigas no daban crédito a lo que veían. Escuché a una decirle a otra bajito: "es guapa", y ambas me miraban con caras de mala leche. Las gente que hasta ese momento se había cachondeado de mi aspecto se quedó muda. Ya no podían llamarme fea, porque en realidad, nunca lo fui, solamente iba disfrazada. Y cuando me quité el disfraz y fui viendo cómo cambiaba mucha gente a mi alrededor, fui conociendo el significado de la palabra HIPÓCRITA... Todos ellos lo eran. ¿Con quién se meterían ahora que ya no había nadie más como yo?.
Cambié radicalmente de amistades, yo también me sentía mejor y fui conociendo a otras personas.Hasta que un día, un amigo me traicionó... y las consecuencias fueron terribles.
A ese amigo le había confesado que me gustaba otra chica... Él, que iba diciéndoles a sus conocidos del pueblo que yo era su novia - cuando fui con él a un bar de su pueblo a jugar al billar - , le debió sentar como una patada en sus partes que me pudiera gustar una chica y no me gustara él. Así que un día, ni corto ni perezoso, llamó a mi casa, a mi madre, y le dijo: "su hija es lesbiana". Y colgó.
Yo, que siempre supe que mi madre no me quería, supe que aquello iba a desatar horribles consecuencias, como así fue.

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