lunes, 11 de enero de 2010

Hoy me he despertado con una historia de amor entre dos mujeres que me impactó en su momento, cuando la descubrí casualmente. Me informé mejor y me gustaría compartirlo con las personas que paséis por mi blog.
Antes me gustaría aclarar algo.
Hay personas que se quejan de que los homosexuales nos aprovechamos de nuestra orientación sexual para dar pena y recibir ayudas, que nos discriminamos a nosotros mismos por ello, que si queremos igualdad nos comportemos como cualquier otra persona heterosexual. Tengo que decir que, al menos yo, no recibo ningún trato de favoritismo, y mucho menos ninguna ayuda ni subvención económica, por ser lesbiana. Si alguien conoce a algún homosexual que la reciba, que me lo diga, pero lo dudo. Se habla mucho sin conocer realmente de qué va el tema, y se habla de que nos quejamos por gusto.
A ver qué pareja heterosexual va cogida de la mano por la calle y un hombre desconocido que se encuentran en un lugar cualquiera les propone hacer un trío, o a ver a qué pareja heterosexual le insultan sin motivo alguno. Pues a mí, esas cosas me han pasado continuamente y sólo por salir a la calle agarrada de la mano de mi pareja. Me asombra que aún mucha gente diga que si queremos igualdad nos comportemos como cualquier otra pareja... Pues precisamente eso es lo que hago, y por ello cada vez que salgo a la calle con mi chica es una odisea. Hay muchísima gente que respeta, pero siempre hay alguien que o dice algo, o se ríe, o se queda mirando fijamente... o insulta. Es muy cansado estar siempre así. Y estas cosas pasan en pleno siglo XXI y en una ciudad como Barcelona.
Bueno, ahora voy a resumir un poco la historia de estas dos valientes mujeres que se enfrentaron al mundo por defender su amor en principios del siglo pasado.
Se llamaban Marcela y Elisa.
Se conocieron en 1.885, en Galicia, en la escuela donde Marcela, de 19 años, estudiaba tercero de Magisterio. Elisa llegó un día a la escuela a trabajar, y era la sobrina de la Directora del centro. Las dos jóvenes se enamoraron casi de inmediato, y aunque al principio nadie sospechaba que aquella relación no era solamente una buena amistad, los padres de Marcela empezaron a preocuparse cuando su hija hablaba constantemente de Elisa y se le iluminaban los ojos de una forma demasiado especial.
El padre de Marcela decidió enviar a su hija fuera durante cuatro meses, para alejarla de Elisa e intentar que esa "amistad especial" se apaciguara. La envió a trabajar a Madrid, mientras que Elisa decidió marcharse a Couso para ejercer de maestra.
Cuando Marcela se sacó el título de maestra superior, se marchó junto a Elisa a trabajar a Calo, dejando muy disgustados a sus padres. Allí estuvieron siete años hasta que regresaron a Couso. Después se marcharon a Dumbría.
Una tarde de 1900 llamaron a la puerta del hogar de la familia de Marcela. Al abrir la puerta la madre de la joven se encontró a un chico muy atractivo y elegante, de refinados modales y muy delgado, que se presentó como Elisa. Se dice que entre ambas se produjo una violenta discusión y que tras ésta, la madre de Marcela, ya viuda, abandonó su hogar presa de la vergüenza que sentía para con sus vecinos.
Un año más tarde, Elisa se presentó ante el párroco del lugar en el que vivían y le dijo que se llamaba Mario y que deseaba bautizarse, pues no había sido posible hacerlo antes debido a las ideas religiosas de su padre. También dijo que había pasado muchos años viviendo en el extranjero. Su tía siempre apoyó a Elisa, a la que quería como a una hija y aceptó su condición sexual, guardando también su secreto al convertirse en Mario.
Meses después, y creyendo los padrinos que Mario era un hombre, las dos mujeres consiguieron casarse en A Coruña. Celebraron una bonita boda y pasaron unos días en una pensión, hasta marcharse a Oporto.
Sin embargo, la noticia saltó a los medios y poco después de casarse, las dos mujeres fueron detenidas. En ese momento, Elisa- Mario tenía 32 años y Marcela, 29.
Tras la detención se pierde información sobre las dos chicas, hasta que años después aparecen en Buenos Aires donde residen hasta que Elisa- Mario muere, tras lo cual las malas lenguas cuentan que Marcela se casó con un hombre "de los de verdad".


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